Cuando tenía 17 años, un chico con el que hablaba en una gasolinera me preguntó por qué mi coche estaba tan polvoriento, y yo le dije que era un verdadero desastre y que no valía la pena lavarlo. Él me dijo: “si vale la pena tenerlo, vale la pena cuidarlo” y eso me avergonzó profundamente y me ha quedado grabado hasta el día de hoy.
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