A los 18 años, pude ver cómo se diseñó y construyó la casa más cara de Canadá: la Residencia Lake Huron de Hariri Pontarini Architects, donde hice una pasantía un verano. La casa es una locura. Tiene 26,000 pies cuadrados y tiene un ascensor oculto que cae a través del acantilado que conduce a un túnel estilo Bond directamente al pabellón de la playa. Pero fueron los detalles obsesivos los que me dejaron boquiabierto: Una sola pieza de vidrio laminado de 15 m x 3 m, enviada a la orilla del lago desde Alemania, la más grande jamás instalada en una casa. Marcos de ventanas de bronce personalizados, combinados con pasamanos de bronce a juego soldados tan bien que no se podían encontrar las costuras. Un techo de cedro inspirado en las olas hecho a mano por un artista local. Las manijas de las puertas están sutilmente iluminadas por LED ocultos por la noche (se pone muy oscuro por la noche). Tapas de piedra cortadas a medida para el acceso de mantenimiento a las cámaras de seguridad. Cada centímetro fue elaborado a la perfección. Decenas de miles de horas de trabajo de diseño e ingeniería en una sola casa extraordinaria. Me fui inspirado, pero también inquieto: todas estas ideas y detalles brillantes, este conocimiento y oficio, usados solo una vez y nunca más repetidos. ¿No es una pena? Se sintió como un desperdicio de brillantez. ¿Por qué la arquitectura tan reflexiva no podría ser algo que más personas pudieran experimentar? Esa frustración fue una de las chispas detrás de Cover.