Crecer entre Noruega y Argentina arruinó para siempre mi relación con el dinero. Cada verano, 3 meses en Buenos Aires. Mis primos planeando asaltos a los supermercados como operaciones militares. Mi tía enseñándome las tasas de cambio en cuevas subterráneas antes de que aprendiera matemáticas en la escuela. En Noruega, el dinero era aburrido. Predecible. ¡Podías planificar realmente a futuro! En Argentina, el dinero era algo vivo que moría un poco cada día. Mis familiares solo intentaban comprar comida. Pero entendían la inflación mejor que cualquier economista porque lo VIVÍAN. Estrategias de compra. Arbitraje de tasas de cambio. Acumulación de dólares. Y aquí está lo que me jodió: Ambos países pensaban que su sistema era normal. Los noruegos no podían imaginar un dinero que expire. Los argentinos no podían imaginar un dinero que no lo haga. Ahí fue cuando me di cuenta: La visión del mundo de la mayoría de las personas sobre el dinero proviene de cualquier país aleatorio en el que nacieron.