Uno de los objetivos clave de la vida es la purificación del corazón. El corazón no es solo un órgano que bombea sangre; tiene capacidades computacionales y emocionales y trabaja de la mano con nuestro cerebro. Si alimentamos nuestros cerebros con contenido de odio, cambiará la estructura de nuestros corazones, porque esos dos órganos tienen una relación simbiótica. Así que lo que pensamos, lo que decimos y lo que hacemos tiene consecuencias directas en nuestros corazones. La emoción del amor está directamente relacionada con ese órgano. Cuando practicamos la comunicación con lo divino (leer, meditar, cantar, orar, ayunar, enseñar...), cambia la estructura de nuestro cerebro y limpia nuestros corazones hasta el punto en que incluso la más mínima cantidad de odio, celos o ira será fácilmente detectable y tratada. Los cerebros y los corazones son músculos espirituales; deben ser entrenados. No podemos simplemente despertarnos un día y convertirnos en religiosos, al igual que un atleta no se despertó un día y se convirtió en campeón.