Una vez pasé un verano en Nigeria y me sentía loco de encierro en el recinto amurallado de mi anfitrión, así que convencí al conductor para que nos llevara a las provincias. Conocí a algunos aldeanos, que me contaron que su tribu solía realizar sacrificios humanos hasta que el jefe se convirtió al cristianismo. En el camino de regreso, nos detuvieron a punta de pistola en la carretera, donde un grupo de bandidos había derribado un árbol y quemado algunos neumáticos. Negociamos una tarifa para pasar, creo que fue menos de 100 dólares. En el camino de regreso, nos detuvimos a ver una gran roca, que mi conductor dijo que era famosa por alguna razón. Ese verano, fumamos mucha hierba para pasar el tiempo y, después del atraco, principalmente nos quedamos en la Isla Lekki con la élite de Nigeria. Hacia el final del viaje, fui a una fiesta y me di cuenta de que era la persona más pobre allí.

Ese mundo es el de las élites anglófonas, de izquierda brahmán, postcoloniales que viven en complejos amurallados en todo el mundo en desarrollo.