Recuerdo haberme encontrado por primera vez con este comportamiento en Stanford a principios de los 90. La gente se acercaba y se unía a una conversación, decía que se había ofendido por algo y luego te miraba fijamente, esperando algo. Quizás ingenuamente, no entendía por qué a alguien le importaría que otra persona se sintiera ofendida, por lo que el comportamiento me desconcertó. Luego pasaban a otra conversación y hacían lo mismo. A menudo recibían disculpas, que parecían ser el resultado que deseaban. Pero estas personas rara vez agregaban algo a las conversaciones o a la comunidad, así que con el tiempo aprendí a evitarlos.