El capitalismo ha tenido tanto éxito en erradicar la pobreza, el hambre y las dificultades que dio lugar a una generación completamente desconectada de las realidades de la producción, el comercio y el esfuerzo. Han crecido en la comodidad, rodeados de abundancia, y en lugar de gratitud, responden con resentimiento, como si la riqueza fuera el estado natural de las cosas y el capitalismo solo estuviera obstaculizando aún más. En cualquier otra época, estas personas se verían obligadas a confrontar las consecuencias de sus ilusiones. Pero el capitalismo, en su brillantez, ha creado tanto excedente que incluso los ideólogos más inútiles pueden comer bien, vivir mucho y tuitear su odio hacia los mercados desde dispositivos construidos por la libre empresa. Es el niño mimado que muerde la mano que lo alimenta, no por hambre, sino porque ha sido alimentado demasiado bien durante demasiado tiempo. Odian el capitalismo no porque haya fracasado, sino porque ha tenido tanto éxito que los ha protegido de tener que crecer nunca.