La narrativa predominante—que los científicos están abandonando la academia debido a recortes de financiación—invierte la causalidad real. En realidad, muchas universidades decidieron desviar fondos de investigación hacia la expansión administrativa y la programación ideológica mucho antes de que ocurrieran reducciones presupuestarias. A medida que los laboratorios enfrentaban restricciones de recursos, las oficinas dedicadas a la comunicación, la marca y las iniciativas basadas en la identidad proliferaron. Estos no fueron efectos secundarios no intencionados, sino reasignaciones deliberadas de las prioridades institucionales. La erosión de la capacidad científica no es el resultado de una escasez externa, sino de decisiones internas que privilegian la burocracia sobre la investigación. Los científicos no se están yendo porque no haya dinero—se están yendo porque las instituciones ya no priorizan la ciencia.
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